domingo, 8 de julio de 2007

FRANQUICIAS CULINARIAS CAROREÑAS

Gerardo Castillo Riera


A lo mejor en el mundo moderno el término de franquicias culinarias se relaciona con Mc Donals, Wendy, tal vez Subway, a lo mejor Bon Ice, Chicha El Chichero, Efe, Tío Rico, etc., etc. Pero hay personajes caroreños que han hecho que esa comida rápida, como en el argot moderno se conocen, sean parte de nuestra vida cotidiana y mas que una franquicia, porque le han dado personalidad a cada una de sus especialidades con la dignidad con que han ejercido su oficio, sean parte de la cultura del caroreño. ¿Quien no se ha refrescado con un cepillao de Chus? o ¿Quién no se ha chupado un capullito del Chicho en las procesiones de Semana Santa?. Quien diga aquí que no conoce a estos personajes es que no nació, ni se crió o ni se engordó en estas calurosas y secas tierras.
Jesús Ocanto (Chús), y Carlos Colmenares (Chico), son los nombres de este dúo de Vendedores de franquicias a la caroreña. Chus el cepillaero, como lo conoce la gente, dice tener 50 y pico años de edad, pero desde que este servidor era un tripón estudiante del colegio de los escolapios, le ha comprado cepillaos. Ya entré en los 55 y tengo que respetarle su vanidad. Quién quiera refrescarse en estas tarde de canícula, solo tiene que pasar por en las tardes por la matica del Concejo y ahí lo conseguirá con su diente pelao y dicharachero como siempre.
Como un homenaje póstumo para Alejandro Barrios, mi amigo fraterno, tomo lo que él escribió en el 2002 de Chús el cepillaero y de El Chicho en una columna que tituló: Carora y sus protagonistas ocultos. De Chús escribía lo siguiente:
“¿Quién de ustedes no conoce o ha oído hablar de Chus, El Cepillaero?. Su nombre de pila es Jesús Ocanto, nacido en Barrio Nuevo, en la calle Sucre, un 15 de enero de 1949, quien siempre ha estado sembrado en su antiguo y espiritual sector caroreño- de allí me sacarán para el cementerio- comenta con su voz asoleada y timbrada de 54 años de edad. Comenzó este oficio de vender cepillados en año 1965, a sus 15 años de edad frente al hospital San Antonio, era en ese momento el centro activo de la ciudad, allí observé salir y entrar enfermos, en su activa jornada a veces me permitía contemplar la plaza Aguinagalde, donde está la estatua de mármol blanco del padre Carlos Zubillaga que emana la bondad, la nobleza, el Centro Lara, al lado la antigua sede de la inspectoría de tránsito. En este sitio permanecí durante 3 años.
La ciudad fue creciendo se expandió urbanística y demográficamente, Chus interpretó esos cambios, se fue mudando con ella, tuvo que pedalearla para alcanzarla, se colocó en la puerta principal del colegio “Cristo Rey”, cuando el sol alumbra con su intensa vitalidad la figura del mosaico en el templo, de San José de Calasanz con sus dos niños: el blanco y el moreno que simbolizan el mestizaje humano y cultural de nuestro pueblo, por el cual se inspiró el artista plástico cojedeño Toledo Tovar. Ahí está Chus expendiendo sus exquisitos cepillados de colita, de tamarindo con abundante leche condensada a los jóvenes que salen al mediodía de este prestigioso plantel. En este sitio tiene 35 años. Luego en horas de la tarde se ubica en la puerta del estacionamiento del Concejo Municipal.
Cuando alguna persona le dice:
-Chus te estás llenando-
Él inmediatamente responde con jocosa salida:
-“Pa´ las puras ñemitas- Ahora si es pa´ las puras ñemitas.
Haciendo alusión a su comida de huevos fritos, solamente.
En sus treinta y ocho años de oficio informal ha criado una numerosa familia de 6 hijos: Jesús, Gladis, Pedro, Argenis, Jean Carlos y José Daniel, cuatro nietos y junto a su adorada esposa Magalys Chávez viven su felicidad en la calle Sucre del Cerro de la Cruz.”

El mundo de las golosinas criollas es en este caso una de las tradiciones caroreñas que se han trasmitido de generación en generación. La madre de El Chicho le enseño el oficio y éste a sus hijos con quien actualmente comparte la hechura, distribución y comercialización de la producción. Recurro nuevamente a Andoche quien decía de él:
“En el sector 03, vereda 05 diagonal a la iglesia de San José, de la Urbanización Calicanto, en la parte norte de la ciudad vive Carlos Eduardo Colmenares Álvarez conocido por el pueblo como “El Chicho”, el de los capullitos, quien se desplaza en la ciudad como los vientos alisios que trasladan las pocas nubes, que temperan en el azulado cielo caroreño y refrescan las tardes de nuestra calurosa ciudad. Chicho nació hace 47 años, en el lugar inundable donde comienza la calle Jacobo Curiel, en El Yabal en el Barrio Torrellas, un 04 de agosto de 1955. Desde niño observó y palpó con ferviente ánimo la labor del trabajo que generalmente se hacía en su casa.
A la edad de 12 años comienza a explotar su creatividad, para ayudar económicamente a su hogar y se aferra al hecho de producir. Comienza a trabajar con su querida madre Isabel de Colmenares y junto a Santos Colmenares, quienes habían aprendido el oficio de la elaboración de hacer capullitos con Alberto Gómez, quien vio por vez primera la preparación en la casa de Doña Pura Barrios de Graterol. Todo este legajo de la cocina popular de nuestra tierra es aprendido por la intuición y la inteligencia observable de nuestra gente.
En su casa materna le enseñaron el artesanal oficio de la preparación de las exquisitas golosinas de variados colores de estímulo visual y de sensación dulce que lo constituyen los tradicionales capullitos, incrustados en el palo de maguey. Este oficio lo había popularizado Pedro Argenis Crespo, el inolvidable “Perejene”, quien vendía los capullitos que confeccionaba Doña Pura Barrios de Graterol, en las procesiones, en las décadas de los cincuenta y los sesenta del pasado siglo XX, todavía mucha gente recuerda con esa voz de bajo melodiosa y timbrada con la que la anunciaba la venta de este popular dulce criollo.
A partir de 1969, en plena fiestas de la celebración del cuatricentenario de Carora, “El Chicho” comienza a tomar la batuta de las ventas de esta exquisitez, en las procesiones de Semana Santa, en las fiestas de San Juan Bautista, y en las numerosas fiestas patronales de muchos pueblos rurales de nuestro Municipio Torres. En ese año -me comenta- “se vendían a la módica suma de cuatro capullitos por locha”. Con la venta de este dulce se mantiene, de esta manera, esta bella y tradicional estampa que identifica nuestras populares costumbres de las raigambres históricas de nuestro pueblo caroreño.
A pesar de todas las contradicciones que vivimos en este momento cuando nuestro país y desde luego nuestra ciudad la envuelve el consumismo globalizante, sin embargo, es una función casi quijotesca la que lleva a cabo Carlos Colmenares “El Chicho”, quien mantiene viva esta tradición, la cual comienza a elaborarse en su casa, en su humilde hogar, junto a su señora esposa Gregoria y sus hijos, que realizan este tradicional trabajo de los dulces de los capullitos junto a los alfeñiques y a los turrones. Esta actividad constituye parte de esta amplia gama de la dulcería criolla Torrense.
Por eso “Chicho” agradece infinitamente a Dios y a todos sus numerosos clientes por el apoyo que siempre le brindan en la compra de sus productos con la firma “Hecho en Carora”, porque también el azúcar con lo cual se elabora este dulce es producido en nuestros fértiles campos y factorías.”
Los conmino a que cuando vean a Chus el cepillaero o a El Chicho el capullitero aprecien en ellos la dignidad y la altivez con que desempeñan sus oficios, y que forman parte del gentilicio del caroreño.